“Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano”.
(Goethe)
Esta semana se venció el DNI de mi hija por lo que correspondía hacer la renovación correspondiente.
Primero entré a la página web de la Reniec pero ésta indicaba que para menores de edad el trámite era de forma presencial en sus oficinas. Busqué la más cercana, revisé el horario y decidí que iríamos un día miércoles.
La hora de atención iba desde las 8:45 am por lo que estimé que llegar una hora antes sería lo más adecuado. Con ello, pensaba yo, íbamos a estar entre los primeros lugares y saldríamos a su vez rápidamente.
Ya pueden imaginar mi cara al llegar a esa hora y ver una cola de casi cien personas, dando la vuelta a la esquina. Caballero no más, es lo que hay.
Así, el calvario de la espera empezó para nosotros. Una vez que se abrieron las puertas la cola avanzaba a paso de tortuga. “Yo creo que cuando nos toque ya será para sacar tu DNI azul”, le decía a mi hija que recién tiene quince años.
Fui un par de veces a la puerta de ingreso con la ilusión de que alguien esté cediendo (vendiendo) su lugar, pero al parecer ese tipo de servicio/emprendimiento no se brindaba allí.
La espera en la vereda se extendió por más de 2 horas y 45 minutos. Las piernas nos dolían, estábamos cansados, aburridos, amargos y desanimados.
Cuando por fin pudimos ingresar nos tocaba sentarnos en una sala de espera como para unas 30 personas. Al menos habían sillas.
Lo tragicómico de esa nueva escena es que cada vez que atendían a una persona todo el resto iba avanzando un lugar. Yo me acerque al vigilante a sugerirle que, en vez de hacer que todos se muevan, sería mejor que repartan tickets de atención y así evitaban que las personas que traían consigo hijos pequeños, maletas o canastas, se pasearan por todas y cada una de las sillas hasta llegar a la ventanilla.
Está demás decir que mi comentario cayó en saco roto, “ponga su queja”, fue su respuesta. Después de media hora mi hija fue atendida, le tomaron la foto, las huellas y nos indicaron que regresemos en dos semanas.
Aliviados, salimos a la calle y fuimos a ver cómo iba la cola. Incluso estaba más larga que cuando la dejamos. Compramos un helado y nos compadecimos de la última persona que llegaba, “tiene pa todo el día”, sentenciamos al unísono.
Ya de regreso yo despotricaba frente a mi hija contra la ineficiencia en los servicios que brinda el Estado (y así hay algunos congresistas que quieren un Estado omnipresente). El problema es que cuando algo es de todos, en realidad es de nadie y por ende a nadie le importa.
Si hubiera un lector que conozca al gerente o jefe de la Reniec, podría alcanzarle algunas observaciones para que mejoren el servicio al ciudadano.
En la medida de lo posible permitir hacer todo el trámite de manera virtual. Si ello no se pudiera, la atención debería ser por turnos de tal manera que los que saquen cita sepan la fecha y hora que tienen que acercarse a la oficina. El sentido común indica poner más ventanillas y que éstas estén en el primer piso.
No sería mala idea evaluar la posibilidad de privatizar ese servicio. Sin lugar a dudas mejoraría tremendamente.
Con todo ello le ahorrarían al Perú millones de horas/hombre desperdiciadas inútilmente en una vereda. Y sobre todo harían al ciudadano más feliz, o al menos menos triste de lo que ya somos debido a las autoridades que tenemos, esas que desconocen el significado de la palabra empatía.