“El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”.
(William George Ward)
Me gusta quejarme.
De mis muchos hábitos, debe ser el que más practico, siempre con constancia, dedicación y diligencia.
¡Ptm! La pista está llena de miles de huecos, la SUNAT nos agobia, el Gobierno no hace nada por la seguridad, el fútbol peruano es una lágrima, el mozo del restaurante me atendió mal, el tráfico de San Borja a San Luis es terrible, el semáforo de la esquina sigue malogrado, subió la gasolina, se me fue el internet por 30 minutos, mi celular esta fallando, no llegó a tiempo el pedido del supermercado y una larga lista de etcéteras…
Para relajarme voy a recibir una sesión de masajes. Allí me atiende una señora, a quien llamaremos María. Muchas personas aprovechan ese tiempo no solo para descontracturar sus músculos, sino también para conversar.
MÁS COLUMNAS DE KOKI HIGA
Koki Higa: La directora anticorrupción
Koki Higa: Los helados del colegio
Koki Higa: Votar en la APJ (Parte 2)
Koki Higa: Votar en la APJ (Parte 1)
Koki Higa: Nuevos hábitos celulares
Koki Higa: Shakira y la comida peruana
Koki Higa: Salir a correr
Koki Higa: El gato Coco
Koki Higa: La renovación del DNI (2da parte)
Koki Higa: La renovación del DNI
Yo generalmente no converso. Me pongo mis audífonos y escucho música durante los 60 minutos. Pero esta semana me los olvidé y pensé que era una buena oportunidad para charlar algo.
-Hola Maria, ¿hasta qué hora atiendes en este local de San Luis?
-Yo estoy aquí desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche
-Esta buena la chamba, hay bastante trabajo
-Si, gracias a Dios tengo varios pacientes.
-¿Y en qué distrito vives? – preguntaba yo, más para pasar el rato que por curiosidad.
-Yo vivo en Los Olivos.
-¡Queeeee!
-Si, con el Metropolitano llegó en una hora y media.
-Y ¿por qué no te mudas a San Luis o abres tu consultorio de masajes en Los Olivos? -Eso es lo que voy a hacer este año. Yo antes vivía en Salamanca, así que todos mis clientes son de esta zona. Pero tuve que dejar el lugar que alquilaba y me mudé a la casa de mi hermana, en Los Olivos.
-Asuuu, que tal trote que te metes todos los días.
-Si pues Koki, voy y vengo con mi hija que está en un colegio cerca de aquí. Al menos hay trabajo – me lo comenta María con amabilidad.
La sesión de masajes siguió como de costumbre. Yo era el último paciente del día así que salimos juntos del consultorio.
Mientras caminábamos por la vereda no solo pensaba en el largo recorrido que le esperaba a Maria, con la mano izquierda tomada de su hija y con la derecha llevando el bastón. Ella es ciega.
También en lo que podría aprender de su forma de ser: valiente y con buen humor. Y yo sigo quejándome como lo que soy (un gilazo, cuya miopía no me permite ver más allá de mi ombligo) de que en la avenida San Luis y el cruce de Javier Prado hay días que pasan demasiados carros y tengo que esperar hasta cinco minutos.